EPÍLOGO

El primer borrador que me envió Magda no pude terminarlo. Leí unas treinta páginas consumido por el terror.

Creo que debería explicarme mejor. Con tu permiso, volveré a empezar:

Como persona transmasculina, leí el primer borrador de la novela para ayudar con la representación del colectivo trans. Magda me había dicho que uno de los personajes era un chico trans y, al descubrir que se trataba del asesino, saltaron en mí todas las alarmas.

Las personas trans somos imaginadas por el resto de la sociedad (las personas cis) desde la monstruosidad. Somos percibides como seres ajenos y traidores a la naturaleza, incapaces de actuar con bondad y empatía. Esto suena a exageración, ¡sin duda será mentira! Pero es cierto que la representación en la literatura y el mundo audiovisual ha contribuido a hacernos la vida más hostil si cabe. Esta imagen creada de nosotres, sumada a la patologización de nuestra experiencia, nos convierte en seres mezquinos a ojos de la humanidad.

Desde los años 1960, tras el caso de Jerry Brudos, el asesino fetichista, en el norte global lo trans está vinculado a una locura que mata. Si no te suena la historia, quizás quieras echarle un vistazo, ya que es tan terrible y escabrosa como si de una novela de Magda se tratara. El factor trans de dicho caso se construyó desde la ficción de los medios de comunicación.

El altavoz mediático del que disponemos como colectivo también tiene un lado bueno. Ya hace un tiempo que se ha empezado a hablar sobre nosotres con un enfoque distinto. Algunas veces incluso encontramos espacios de representación donde son las voces trans quienes hablan y llegan a la población general.

Y aquí, la autora le ha confiado a su sobrine un espacio para aportar una visión trans a la novela.

Llegades a este punto, tal vez puedas entender porqué leí cargado de miedos ese primer borrador.

No os voy a engañar, esta historia viene a alimentarse del terror de la gente cis. 

Podríamos decir que contiene todos los tópicos: que la gente trans está loca, que mentimos sobre nuestra "verdadera" identidad, y que existimos para hacer daño. Lo nuevo y sorprendente es que no se trata de una mujer trans. Tarren es un hombre, con lo que irá acompañado del estereotipo de ser violento a causa de la testosterona. 

Sinceramente, me niego a quedarme con esta lectura simplista. Sería hacerle un flaco favor al relato y a la autora. 

Puesto que conozco a Magda personalmente y sé de su sensibilidad, me forcé a seguir leyendo. Descubrí en Tarren un chico, y después un hombre, roto y destruido por la violencia. En él suena la voz de una niña ignorada por el mundo adulto que le rodea y a quien el sistema educativo ha fallado. Es curioso vincular la idea del fracaso escolar a un personaje que es médico forense, siendo la medicina una "carrera de verdad".

Es cierto que la semilla del asesinato está latente en Tarren desde una edad muy temprana. Sin embargo, estoy convencido de que los adultos de su entorno nos habrían dejado sin novela si se hubieran preocupado de la salud mental de les adolescentes del instituto Englewood High School. En lugar de eso, quizás por falta de conocimiento o de herramientas, abandonan a sus jóvenes sin dotarlos de gestión emocional. Y, sin ir más lejos, el abandono es una forma de violencia. 

La autora nos deja pistas para ver que cada miembro de la chupipandi convive con sus propios demonios. Ya sean estos algune de sus progenitores o incluso la presión social de les compañeres de clase. 

Bien sabemos que la violencia engendra violencia. Y cuando la bola de nieve llega a Tarren, se mezcla con su fijación por la muerte.

Así que, en este libro, la autora hace un llamamiento contra el abuso escolar más que otra cosa. Nos alerta sobre la importancia de romper la bola de nieve.

O bien, nos trae un simple entretenimiento morboso con el pasar un buen rato de lectura.

Independientemente de cómo leas esta novela, verás que Magda nos ha querido regalar a las personas trans un espacio en sus historias. Y, si bien es cierto que se trata del asesino, también sé que "el villano" es su personaje favorito.

Como conclusión, no hay razones para mirar mal a la gente trans. ¡Es mucho más fácil desconfiar de cualquier forense!

 

Mythos Guarido.

TALIÓN, HISTORIA DE UNA VENGANZA


PRÓLOGO

 

—¿Dónde estoy? —susurró Rachel aún somnolienta.

Empezó a tocar a su alrededor, las paredes estaban frías y a ella la cubría una sábana.

—¿Qué es esto?, «parece una caja de hierro» —pensó—. «Lo último que recuerdo es haber estado en aquel bar.».

Volvió a sentir el peso del sueño en sus párpados y se durmió de nuevo.

Pasaron unas horas y se volvió a despertar, ésta vez más lúcida, aunque los recuerdos de lo sucedido seguían siendo vagos. Tocó de nuevo las paredes de aquel zulo donde estaba metida, eran lisas, finas, frías y el espacio era muy reducido.

—¡¡Socorro!! ¡¡Ayuda!! —chilló—. ¿Hay alguien por ahí? —insistió.

Empezó a notar una sensación de claustrofobia, un terror que ya conocía desde que de pequeña, mientras jugaba con su hermano mayor, se quedó encerrada en un armario.

A la vez que intentaba controlar la angustia que oprimía su pecho, recordó haber conocido al amigo de Mike, un chico no muy agraciado, eso originó que hiciesen alguna broma fuera de tono hacia él. Aquello molestó bastante al joven y se marchó enojado, no sin antes soltar unos cuantos improperios por aquella boca halitósica gracias a los chupitos de whisky que tomó a lo largo de la noche.

Le vino a la memoria, que cuando salieron del local iban con unas copas de más, se balanceaban de un lado a otro entre risas, entonces Mike saludó a alguien que se acercó con un coche y subieron a él; su siguiente recuerdo, aquella caja.

—¡¡Ehhh!! ¿Me escucha alguien? —gritó de nuevo.

—¿Rachel?, Rachel ¿eres tú? —escuchó.

Era una voz temblorosa, femenina, pero no llegó a reconocerla.

—¡¡¡Sí!!! Soy Rachel ¿Quién eres?

—Soy Lisbeth, no sé dónde estoy. Esto está muy oscuro —dijo su amiga—, no recuerdo nada Rachel, ¿qué hacemos aquí?, tengo miedo. ¡No puedo respirar!

La joven empezó a llorar y Rachel intentó mantener la calma.

—Lis, escucha…, tranquilízate, concéntrate en tu respiración. Debemos estar sosegadas y reservar el oxígeno.

—No puedo, Rachel, ¡esto es demasiado pequeño! ¿Cómo hemos llegado aquí? —demandó a su amiga esperando una respuesta certera.

—No tengo ni idea, aun así ¡cálmate!, si te pones histérica solamente conseguirás ponerte peor.

Lisbeth se repuso y entendió lo que decía su amiga. Respiró lentamente y buscó alguna rejilla o entrada de aire.

—Rachel, ¿puedes ver algo? —preguntó.

—No, estoy palpando pero no encuentro nada, ¡espera! ¡Aquí hay algo!, en la esquina superior derecha hay un pequeño respiradero. ¿Lo notas?

—¡Lo toco!, yo también tengo entrada de aire —dijo Lis aliviada, pues sabía que con aquella pequeña rendija cambiaba la situación.

—Vale, pues ahora vamos a respirar tranquilas y recapacitar sobre lo sucedido. ¿Qué recuerdas?, ¿sabes cómo hemos llegado aquí? —preguntó Rachel.

Lisbeth se quedó pensando y respondió entre sollozos:

—Recuerdo el coche del chico que conoció Mike, nos sentamos atrás juntas, íbamos cantando I will survive, supongo que luego nos quedamos dormidas por la borrachera que llevábamos.

—O… —dijo Rachel.

—¡¿Nos habrán drogado?! ¡Ay, Dios mío! —dijo alterada.

Lis, que hasta aquel momento no había deparado en el estado de su cuerpo, levantó la sábana y comprobó que estaba totalmente desnuda, se tapó de nuevo y ajustó la ropa a la figura que dibujaba su cuerpo.

—Tengo la boca seca, creo que sí nos han drogado, por cierto, Lis, ¿estará Mike? —dijo de repente Rachel—  ¡¡Mike!! ¡¿Estás ahí?! —gritó.

Lisbeth se unió a sus gritos:

—¡¡Mike!! ¡¡Mike, contesta!!

Entonces escucharon un ruido agudo y chirriante que se clavaba en sus cerebros. Aquel desagradable sonido venía del exterior de las cajas donde ellas se encontraban. Era como si estuviesen haciendo reparaciones con un taladro o una sierra. Después de un tiempo incalculable, las jóvenes notaron una sensación extraña, su cabeza se aturdía por instantes y se sintieron somnolientas.

—Algo me está pasando, tengo nauseas —dijo Rachel.

—Yo también lo noto, ¿Rachel? ¡¿Rachel?! —gritó llamando a su amiga.

—¡Mierda!, Lis, no pued… —balbuceó antes de sentirse aletargada y totalmente vulnerable.

De repente, se abrió la puerta del cajón. Alguien deslizó la camilla sobre un carro mortuorio, lo acercó al centro de la sala y tiró de la sábana dejando el cuerpo inerte de Rachel expuesto sobre la mesa de acero.

Ella intentaba definir el rostro de aquella persona pero no lo conseguía, su cuerpo estaba entrando inexorablemente en un sueño profundo.

—¿Quién eres? —farfulló como pudo.

Entonces aquel hombre se le acercó al oído y le susurró…

—Tu peor pesadilla, mi querida animadora.

 

....... ¿Te gusta? Entra en la web de la editorial....


CAPÍTULO 1 - TARREN

 

—Buenos días, señor Tarren Daniels Wright, todas las pruebas aportadas por la fiscalía nos dicen que usted es culpable, que fueron actos realizados con premeditación, ¿tiene algo que decir sobre los hechos que nos acontecen? —dijo el abogado que representaba a Tarren.

Sr. Juez, señores y señoras del jurado, voy a contar mi historia, y al final se darán cuenta de que, lo que hice, era necesario. Tenía que purgar todo el mal.

Cuando tenía casi quince años y tras un difícil divorcio de mis padres, mi madre y yo nos trasladamos desde Nueva York a Jacksonville, Florida.

Mamá, Claire Wright, se dedicaba a la venta de inmuebles y su empresa había abierto una sucursal en el condado de Duval; era la oportunidad que esperaba para alejarse de mi padre. En los últimos meses, la relación entre ellos, se había convertido en una batalla en toda regla.

La empresa le ofreció una bonita casa en el 5236 Santa Mónica Blvd N, una preciosa planta baja con piscina, cerca del complejo estudiantil al que finalmente acudiría. Me encantaba el lugar y mi hogar, pero odiaba la idea de tener que empezar en otro instituto, hacer amistades de nuevo y sobre todo, haber dejado atrás a los amigos de mi infancia.

Iba a empezar 9º grado. Solo unos cursos me separaban de irme a estudiar a la universidad de New York, el gran sueño que tenía desde niño. Quería estudiar medicina y especializarme en medicina forense, que puede sonar extraño para una persona joven, pero siempre me ha fascinado el tema de la muerte.

Llevábamos un mes en la ciudad y todavía no habíamos visitado demasiados lugares. Mi madre se había concentrado en las cosas más importantes; su trabajo, ubicarnos en el lugar y, por supuesto, mi educación, que sería en el Instituto de secundaria Englewood High School.  

Era un centro grande, con laboratorio, aula de música, biblioteca, gimnasio con cancha de baloncesto…, me mareaba con el simple hecho de salir de mi clase para buscar el lavabo. Pero ahí estaba yo, con mi falsa sonrisa, mis quince recién cumplidos, una mochila que abultaba más que yo y mi cabello castaño suelto sobre los hombros, sujeto con una cinta de pelo. Por aquel entonces era una alumna estándar que intentaba encajar en un lugar nuevo y con las hormonas de la pre-adolescencia empezando a despertar. Puede que fuese el corrector de dientes o las lentes de cristal grueso que llevaba debido a la miopía, lo que hizo que llamase la atención de otros alumnos.

Al principio sólo eran cuatro insultos inocentes: gafotas, cuatro ojos, boca sierra…, pero a lo largo del año fueron añadiendo empujones,  me tiraban al suelo y otras tantas bromas de mal gusto. Cansado de aquello, se lo dije a la tutora, me contestó que eran cosas de críos y que les dijese que me dejaran en paz, ¡eso ya lo había intentado varias veces y nada!

—Gíanna, ven a la cocina —dijo mi madre, un día al verme entrar enfadada después de clase—. ¿Qué te pasa hija? ¿Por qué tiras así la mochila?, te he dicho mil veces que no lo hagas, que vas a romper los libros.

—¡Estoy harta de ir al instituto, mamá!

—¿Por qué?, si siempre has ido a clase encantada.

Qué irónico es el desconocimiento de lo que pasa ¿verdad?, yo sufriendo lo peor de mi vida y ella sin darse cuenta de nada, pero que le vamos a hacer, las cosas son como son. Como era lógico le contesté como lo hace cualquier crío que sufre.

—Mamá, en el insti me insultan, se burlan de mi aspecto y hacen de cualquier detalle un motivo para hacerme bullying —dije sollozando y con tono dramático.

—¿Bullying?, ¿cómo no me lo has dicho antes? ¿Se lo has comentado a tu profesora? —preguntó, dejando lo que hacía y limpiándose las manos con un trapo de cocina.

—Sí, ¡claro que se lo he dicho! y no me hizo caso.

—¿Y a la directora? —insistió.

—¡No, mamá, no! La directora no sabe nada, al menos contado por mí, he pensado que tampoco me haría caso —susurré secándome las lágrimas con la manga del jersey.

Mi madre respondió con su clásico de siempre, ¡madre mía!, esperando que sus palabras fuesen como el abracadabra de los magos que todo lo soluciona.

—¡¡De eso nada!! Mañana mismo iremos a verla y se lo explicarás todo —exclamó a la vez que volvía a coger el cuchillo para cortar las verduras, esta vez golpeando la madera de corte con mucha más energía— ahora vete a hacer la tarea.

Así eran las cosas con mamá, ella se sofocaba con todo y siempre tenía la última palabra, daba igual el tema, la importancia o la gravedad del asunto, para ella todo era un capítulo de una novela sudamericana, con sus dramas y sus personajes exageradamente dramáticos.

Al día siguiente se presentó a la hora del recreo y fuimos al despacho de Hanna Foster, la directora del centro, allí tuve que contar lo sucedido y dar los nombres de mis acosadores, algo que no quería hacer, pero tras tanta insistencia no me quedó más remedio que hacerlo. ¡Maldita la hora! Los profesores llamaron a sus padres, éstos castigaron a sus hijos y, mis compañeros incrementaron su hostigamiento.


Crea tu propia página web con Webador